Un plan de autoprotección debe ser siempre un elemento que se integre en una organización y, sobre todo, que esté implantado para que los trabajadores de esa instalación conozcan los riesgos, las vías de evacuación, los medios de protección contra incendios, la señalización, y no menos importante, que formen parte de la organización en emergencias. Esa implicación se traduce en la implantación y sólo se obtiene a través de la formación y los simulacros que, para que dé sus frutos, deben ser constantes a lo largo del tiempo. Pero también debe recoger en las medidas correctoras, aquellas vicisitudes que se pueden presentar en cualquier momento y que, muchas veces, no se incluyen como, por ejemplo, la accesibilidad al edificio.
El ser humano, durante toda su existencia se ha ido encontrando con situaciones en que ha tenido que advertir de la presencia de algún peligro, de algún riesgo o de alguna calamidad. Es por eso que mediante la tecnología de cada época, ideó una serie de utensilios que servían para avisar a la población.
Por ejemplo, en la China medieval, se utilizaron los cohetes para avisar o también el gong, que producía una secuencia y un sonido representativos. Con la aparición del cristianismo y de las iglesias, la campana también servía para avisar a la población de posibles incursiones del enemigo en sus tierras o también, para avisar de algún que otro incendio que se producía. En definitiva, todos estos casos expuestos tienen una única finalidad, la comunicación. Comunicar es lo que nos diferencia de los primates y, en caso de emergencia, nos tiene que servir para salvar vidas.
En la actualidad, y en el mundo de la protección contra incendios, disponemos de diversos mecanismos para dar la alerta o alarma. La alerta es un primer estímulo que recibe el cerebro y lo pone en tensión, lo previene de algo que va a pasar o está ocurriendo, ya sea en un lugar cercano o lejos de él (avisos por tsunami, nieve, lluvia…). Puede que esa alerta, en caso de incendio, sea el olor a humo, o el ruido de los pasos por escaleras, algún chillido o el sonido de vidrios rotos. Normalmente, si la instalación dispone de un sistema de detección y alarma, esa alarma será la sirena de evacuación. En todo el mundo, cuando nos paseamos por cualquier edificio, ya sea museo, hipermercado, oficinas o iglesias, la sirena es sinónimo de evacuación. También lo puede ser la megafonía, que puede utilizarse de igual manera para dar avisos a los usuarios. Sea como fuere, una sirena o un aviso de megafonía, nos informaran siempre que debemos abandonar la instalación allá donde nos encontremos, siguiendo siempre la señalización de evacuación o las consignas que nos puedan dar desde la organización en emergencias.
Categorías en la diversidad funcional
Pero ¿qué pasa si no disponemos de todos los sentidos? Los edificios, en muchas ocasiones, cuentan con diferentes tipologías de usuarios o trabajadores. Con tipologías, me refiero a que, dentro de una organización, ya sea grande o pequeña, podemos encontrar, desde personas con avanzada edad, niños que no pueden evacuar por sus propios medios a personas con diversidad funcional, tanto física como psíquica.
Según qué normativa o guía apliquemos a nuestro trabajo, la diversidad funcional puede quedar dividida en diferentes apartados. Por ejemplo, en una de las guías de la Confederation of Fire Protection Associations in Europe, CFPA, la evacuación de personas con discapacidad, distingue cinco grupos de personas con diversidad funcional. Al mismo tiempo, da pistas sobre posibles soluciones para paliar esa dificultad:
- Movilidad reducida (facilitar la existencia de pasillos amplios, sin obstáculos, eliminar puertas difíciles de abrir…)
- Pérdida auditiva y sordera (potenciar mensajes textuales y señales luminosas)
- Baja visión (entorno accesible a través de colores, contrastes y sonidos)
- Capacidad cognitiva reducida (Uso de símbolos para comprender la información)
- Envejecimiento (facilitar la información para saber dónde están y encontrar una salida)
Por otra parte, la National Fire Protection Association (NFPA) en su guía “Guía de planificación de evacuación de emergencia para personas con discapacidad” (Emergency evacuaction planning guide for people with dissabilities), clasifica en otras cinco categorías, las personas que no pueden o tienen dificultades para movilizarse. Estas cinco categorías son:
- Movilidad (sillas de ruedas, muletas, piernas ortopédicas, andadores, prótesis…)
- Ceguera o baja visión (riesgo de pérdida de señales visuales, obstáculos en el camino…)
- Sordos o con problemas auditivos (dificultades en recibir la información en emergencia)
- Dificultades en el habla (pérdida de la capacidad de comunicación)
- Deficiencias cognitivas (autismo, Alzheimer, esclerosis múltiple, Parkinson…)
De igual modo, la legislación australiana AS 3745-2010, Planning for emergencies in facilities, en su punto 4.2.11.- “Ocupantes y visitantes con discapacidad” (Occupants and visitors with a disabilitiy), aun no siendo vinculante pero sí referencia desde el punto de vista técnico, es pionera en integrar las personas con diversidad funcional en los procedimientos de respuesta en emergencia. Tiene su propia categorización, yendo más allá que la NFPA y entrando en más detalle sobre los tipos de diversidad funcional. Los apartados que se incluyen en esta categorización serían las siguientes:
- Estar acompañados por un asistente
- Tener un perro guía o un animal de compañía
- Usar formas alternativas de información y comunicación
- Tener un impedimento visual y auditivo
- Tener impedimento ambulatorio
- Usar un aparato de movilidad con ruedas como una silla de ruedas
- Estar fácilmente fatigado
- Experimentar ansiedad aguda o confusión extrema en una emergencia
El trabajo del técnico
Toda esta normativa, legislación o guías, pretende guiar al técnico que realiza los planes de autoprotección para que, planteados los problemas que puedan surgir a la hora de evacuar o confinar a este colectivo, pueda dar soluciones a quien nos lo pide y estructurar una organización en emergencia para, de esta forma, crear unas actuaciones en emergencia encaminadas para minimizar los riesgos y salvar la vida de los ocupantes.
Actualmente, existen dispositivos de alarma, no solo sonoros, sino también lumínicos. ¿Y por qué lumínicos? Pues porque, tal y como todo ser humano tiene derecho a ser tratado de igual manera en muchos aspectos de la vida, en caso de emergencia, también las personas con diversidad funcional tienen los mismos derechos a ser avisadas en caso de emergencia. Según qué tipo de emergencia sea, tendremos que avisar de su evacuación o confinamiento y poner todos los medios humanos y técnicos disponibles para que, a ese colectivo, le llegue la información de forma clara, adecuada y creíble. También cabe la posibilidad que nos encontremos en lugares de trabajo que utilizan cascos de protección auditiva y les sea difícil identificar una señal de alarma sonora. Es por esa razón que, las alarmas con flash lumínico incluido también son una solución interesante para ese colectivo de trabajadores.
Pero la normativa va más allá incluso de las personas que no pueden escuchar, pero sí ver. La epilepsia es un trastorno neurológico provocado por el aumento de la actividad eléctrica de las neuronas en alguna zona del cerebro. La persona afectada puede sufrir una serie de convulsiones o movimientos corporales incontrolados de forma repetitiva. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la epilepsia afecta a más de 50 millones de personas en todo el mundo y se van diagnosticando 2,4 millones de casos al año. No obstante, un 10% de la población que no tiene por qué tener epilepsia, puede sufrir en algún momento de su vida, convulsiones epilépticas.
Cierta legislación también ha pensado en ese colectivo y diversas normas reflejan lo que debe ser una sirena de alarma lumínica que tenga en cuenta la epilepsia. Por ejemplo, el “Código de prácticas de prevención de pérdidas” (Loss Prevention Code of Practice) en su punto 4.5.- Epilepsia fotosensible de la guía “Código de prácticas para los dispositivos de alarma visual utilizados para la alerta de incendios” (Code of practice for visual alarm devices used for fire warning,) dice lo siguiente:
“Las personas con epilepsia fotosensible sufren convulsiones provocadas por ciertas frecuencias lumínicas intermitentes o patrones contrastantes de luz y oscuridad. Las convulsiones se activan, más probablemente, por frecuencias entre 3 Hz y 30 Hz, aunque esto varía de persona a persona; mientras que algunas personas son sensibles a frecuencias superiores a 30 Hz. Es improbable que las convulsiones sean provocadas por frecuencias inferiores a 3 Hz.”
Para evitar las crisis epilépticas fotosensibles se aplica lo siguiente:
1) El producto de n x f ≤ 3 Hz, donde n es el número de VAD Dispositivo de alarma visual (por su sigla en inglésVisual Alarm Device) visibles desde cualquier punto único y f es la velocidad de flash de cada dispositivo
2) Los VAD deben sincronizarse de acuerdo con los requisitos de Cláusula 4.3.7 en BS EN 54-23.
3) Los VAD montados uno al lado del otro para proporcionar señales de alerta y evacuación no deben operar simultáneamente
4) Se debe tener cuidado al colocar VAD en áreas o superficies con muchos reflejos. Por ejemplo, incluso si, desde un punto particular, solo un VAD se puede ver directamente, los reflejos de VAD (no sincronizados) también pueden ser visible. En estas circunstancias, los VAD pueden necesitar sincronizarse.
En la NFPA 72 Código Nacional de Alarmas y Señalización, también nos habla de la importancia de la epilepsia y de sus riesgos con las luces estroboscópicas que no estén sincronizadas. Es por eso que recomienda su sincronización siempre y cuando haya más de dos dispositivos en un mismo campo y ángulo visuales, a excepción de los dispositivos que se encuentren en el exterior del edificio o en aquellos casos en qué no coincidan en ubicación. Por ejemplo, dos pisos diferentes donde no pueden verse simultáneamente las luces estroboscópicas de las plantas en cuestión. La “Fundación de Investigación de Protección contra Incendios” Fire Protection Research Foundation, FPRF, ha demostrado que la baja frecuencia de 520 Hz puede servir para despertar a otro tipo de población, es decir, niños u otra población de riesgo, como personas con dificultades auditivas o con problemas de alcoholismo. En definitiva, una señal de tono armónico de baja frecuencia de 520 Hz proporciona una mejor efectividad de activación en comparación con sirenas de alta frecuencia, las cuales se encuentran normalmente en 3200 Hz.
Otro ejemplo de normativa adaptada a la epilepsia es la UNE-EN 54-23 Sistemas de detección y alarma de incendios. Parte 23: Dispositivos de alarma de incendios. Dispositivos de alarma visual (VAD). En su apartado 4.3.7.- Sincronización, nos recomienda que los VAD, estén sincronizados “para eliminar la posibilidad de un patrón de destello de frecuencia/temporal que podría tener efectos perjudiciales, como ataques epilépticos, cuando los dispositivos están muy cercanos.” Esta sincronización debería perdurar en el tiempo, como mínimo, unos 30 minutos.
Adicionalmente a la importancia que se le deba tener a las luces estroboscópicas, tampoco debemos olvidar que el nivel sonoro de una alarma tiene que darnos las primeras pistas para abandonar el edificio.
El mínimo de dB que debe alcanzar una sirena de evacuación, según normativa, es de 65 dB o 5 dB por encima de cualquier otro ruido que pueda persistir durante un período mayor a 30 segundos, y el máximo, 120 dB. En esa horquilla, los técnicos podemos recomendar que en ciertos lugares, como por ejemplo, habitaciones de hotel, tengan que aumentarse los dB. Si bien es cierto que en habitaciones de hoteles o similares, la sirena tiene que llegar a 75 dB en la cabecera de la cama, podemos encontrarnos con que eso sea difícil de conseguir, ya que las puertas atenúan en 20 dB, aproximadamente, el ruido de la sirena si ésta se encuentra en el exterior del pasillo. En esos casos, es imprescindible un estudio de mapa de ruido para discernir qué tipo de sirena y a cuántos dB tiene que estar para cumplir con la normativa.
En definitiva, los sistemas de detección y, en especial, los de alarma deben estar diseñados para todo tipo de personas, ya sea porque tienen una diversidad funcional o porque su ambiente de trabajo está rodeado de ruido u otras condiciones ambientales que dificultan la identificación de una alarma sonora. Cada caso o cada edificio será diferente, porque sus usuarios o trabajadores nunca son iguales en todos los edificios. Por eso, nosotros como técnicos debemos indagar y preguntar sobre el tipo de usuarios que utiliza esa instalación, para después poder proporcionar a la propiedad soluciones eficaces y que, llegado el momento de la emergencia, sean identificados y aceptados por todos los ocupantes.
Artículo publicado originalmente en la revista Emergencia112 Magazine, núm. 33 (Julio – Agosto) de la Asociación Profesional de Técnicos de Bomberos (APTB)
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Iván Matavera
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Profesional y técnico acreditado para la elaboración de planes de autoprotección por la Generalitat del gobierno de Catalunya. Trabaja en el ámbito de la planificación y la gestión de las emergencias desde hace más de 15 años.
Con experiencia laboral en el campo de la protección civil (autoprotección, planes territoriales), informes de evaluación de condiciones de seguridad contra incendio de instalaciones, elaboración y levantamiento de planos en AutoCAD, formación en emergencias y planes de autoprotección, asesoramiento, apoyo y seguimiento en la realización de simulacros, reales o de despacho, entre otros aspectos de la protección contra incendios.
Focalizado también en el comportamiento humano en caso de emergencias, la ingeniería del fuego y el comportamiento del humo y las estructuras.
Actualmente, cursa el Master en Ingeniería y Protección contra incendios en la UNED.